YO MUERTO (2ª parte)

Día segundo.

Recuerdo que la mañana estaba todavía cubierta de bruma cuando por la ventana de la micro, desaparecía la silueta del Manzano y yo me había decidido hacerle una visita a un viejo conocido del puerto, para ver si era posible pasar unos días en su casa.

Una cosa llamo mi atención en aquel viaje hacia el puerto de Talcahuano, y fue el remodelamiento de la vieja estación de trenes de Concepción, ahora cubierta por unos vidrios espejos y lo peor de todo, la torre con el reloj en la cima, que para mi horror ya no era un reloj, sino que estaba en su lugar una especie de pantallita que anunciaba la hora y la temperatura con números de calculadora. Creo que al ver aquel atentado, la alegría que llevaba en el espíritu tras mi salida de la cárcel, se desvaneció por completo. Como ya les dije, todo lo que me quedaba de valor eran unos viejos relojes que habían sido mi pasatiempo. Coleccionarlos y tratar de repararlos eran para mi, todo una declaración de principios, y siempre que pasaba frente a la estación de trenes y veía aquel viejo reloj parado, solo deseaba poder hacerlo andar, pero aquella mañana, de paso frente a ese reloj-calculadora, confieso que una especie de angustia me tomo por el estomago.

Al llegar, un antiguo conocido me dio acaso la única de las bienvenidas que tendría por esos días. Un horrible olor, mezcla de mierda y pescado, me abrazo tan fuerte que no pude controlar la emoción por encontrarme una vez más frente a tal encanto, así que emprendí una entusiasta marcha hacia la casa de mi colega, esperando recibir igual abrazo de recibimiento y refugiarme de las lluvias anunciadas por aquel olor y las nubes oscuras que tapaban la bahía. Así que como ya dije, me encamine dispuesto a jugármela por un techo, después de todo, había pasado los últimos cinco años peleando por un lugar para poder echar mis huesos por la noche, así que ponerle caras a un antiguo conocido no representaba en lo absoluto un daño a mi orgullo. Además siempre me había caracterizado por mi buen humor en el trabajo, por lo que no dudaba que iba a ser bien recibido en la casa de mi colega. Por lo demás, podía entretenerlo durante horas con todo lo que había visto durante mi estadía en el Manzano, entre los que se encontraba, se los cuento por lo tremendo de la historia, el caso de un viejo reo que ya tenía más de diez años de presidio, por haber reventado a tres carabineros con una especie de bomba casera. El punto es que aquel viejito solía sentarse todas las mañanas en lo que parecía una caja de lustrar zapatos a mirar un pequeño libro que siempre traía consigo, y cuando digo todas las mañana, me refiero a todas las mañana sin excepción alguna. Así pasaba por lo menos dos horas enteras de cada mañana mirando abstraído el libro sin que nada pudiera distraerlo de su rutina, inclusive una vez que a su lado se formo una feroz pelea entre dos carretas como se dice, entre dos celdas distintas. Volaban los palos y los estoques y nada de eso parecía afectar al viejo que seguía con su libro. Un día un gendarme famoso por su personalidad explosiva, se apareció frente al viejo cuando este se encontraba sumido en su extraño mundo, por lo que ni siquiera se inmuto cuando el gendarme le pregunto que era lo que leía. Molesto el gendarme volvió a preguntar y el viejo otra vez no volvió a responder, por lo que el gendarme visiblemente furioso desenfundó su luma y le preguntó otra vez al viejo que era lo que leía y por que no le respondía. Como deben de imaginarse, el viejo no respondió a la furia del gendarme y este rojo de ira, al ver su incapacidad de sacarle una palabra al viejo, dejo caer su luma sobre la blanca cabeza de este para fracturarla en una mortal herida que derribo al viejo de lado sobre su propia sangre. Luego de esto, mandó llevarse el cuerpo y siguió su camino hacia el otro lado del patio. Es extraño, pero distinto a lo que pudieran creer, nadie quiso levantar el libro que había quedado olvidado, nos miramos todos los que presenciamos la escena y solo recuerdo una sensación de miedo y vergüenza. El libro quedo ahí botado y de apoco se fue deshaciendo con la humedad y el paso de los días y ni siquiera algún otro reo fue capas de recogerlo de su olvido. Al parecer, corrió la voz por las calles del Manzano de la brutalidad del gendarme con el viejo y nadie quiso hacerse cargo de lo que podía resolver todas las dudas sobre su extraño comportamiento y su terca desobediencia al gendarme.

Pero volviendo a la historia original, llegué donde mi colega cuando ya se anunciaba la hora de almuerzo y al contrario de lo que pensaba, el recibimiento no fue muy caluroso. De hecho mi colega se mostraba un tanto incomodo con mi presencia, pero la verdad es que no me importaba mucho, solo quería que me alojara unos días mientras lograba aclarar lo que haría con mi futuro, así que le propuse la idea y ante mi insistencia y después de recalcar mi condición de ex preso y de mi falta de recursos, acepto pasarme una piecita que se encontraba en el fondo del patio, sin más adornos que un estropeado catre de bronce y una caja de cartón a manera de velador, pero que les confieso, me ofrecía una verdadera oportunidad de privacidad. Se despidió argumentando un compromiso urgente y se marcho mientras me tiraba cuan largo era en aquel catre cansado igual que yo. En ese momento sentía que mis huesos se fundían con el bronce de su estructura y que mis músculos solo podían sentir el cansancio acumulado durante treinta y cinco años de prisión. Ese día dormí toda la tarde y toda la noche, y creo que ni siquiera un sueño apareció en mi cabeza que me pudiera distraer de mi trance.

(continua...)
cuento publicado de manera semanal

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