YO MUERTO (4ª parte)

Día cuarto.

Para cuando salimos de la chichería ya las bicicletas cargaban a sus trabajadores hacia las faenas y Molina me dijo que fuéramos hacia su casa que quedaba no muy lejos del lugar. Ofreció una ducha caliente y algo para el desayuno, así que no me hice de rogar y partimos apoyados por el viento norte que nos empujaba, como queriendo asegurarnos antes de la lluvia. El invierno todavía guarda la manera de hacernos retroceder. Como decía un conocido de la cárcel, si la lluvia tuviera ganas, no quedaría ningún personaje cuerdo en esta tierra. Dicho esto, no dejó de llover durante cuatro días. El invierno desde una cárcel es de una tristeza dolorosa.

Por el camino, vino a mi cabeza lo que Molina había mencionado la noche anterior, sobre un trabajo con el suicidio y le pregunte que era eso. Sin más, Molina me respondió que se trataba de un lugar donde cualquier persona que quisiera matarse encontraría las condiciones para hacerlo, previo pago por el servicio. El nombre de su trabajo era “suicidatorio”. La verdad, la idea me pareció aparte de loca, macabra. Seguramente debo haber puesto alguna cara extraña pues Molina se apresuro en aclara que era solo una instalación con fines artísticos, que era una forma de cuestionar la comercialización de las cosas o algo así, y comenzó con una larga perorata sobre lo que significaba tener que pagar por todo y sobre la capacidad de poder decidir sobre tu vida y tu muerte. Me quedaron profundamente marcadas las palabras de Molina cuando decía que su obra sería perfecta si alguien realmente pagara para poder matarse y lo hiciera en su “suicidatorio”. Hablaba de una obra que realmente marcaría una manera de ver las cosas, de hacer arte, y un montón de otras cosas que no recuerdo. Por mi parte, me limité a escuchar todo lo que Molina era capaz de imaginar y decir, sin comprender en absoluto como era posible que hubiera una persona que llegara a pensar en hacer un lugar como ese. La idea volvía a mi cabeza como una gran tontería llena de morbo. Bueno la verdad es que sigo pensando que existe mucho morbo en ello, pero la idea de que alguien quisiera matarse, claramente ya no me parece una tontería. Es extraño como en tan poco tiempo, he llegado a concebir en mi mente la idea de matarme y no hacer ninguna alharaca por eso. Pero no pienso adelantarles el verdadero motivo de mi decisión. Después de desayunar me recosté en un sofá viejo de la casa de Molina, y dormí hasta pasado el medio día.

Aquel día pasé la tarde entera como sumergido en un extraño mundo de divagaciones. Mi mente se preguntaba de manera casi dolorosa cual era la necesidad de recuperar mis relojes, tener que enfrentar a mi ex mujer, tener que ponerme justo delante de una vida que quise pero que me dolía ahora. Les cuento esto, para que entiendan lo complicado que me resultaba ponerme de pie, y tener que llegar, tener que hacerlo, hasta la casa de mi antigua esposa. Y no es que la mujer fuera un demonio rodeado de las llamas del infierno, pero el solo hecho de recordarme los últimos días antes de caer en la cárcel, bastaba para que su figura en mi cabeza se incrustara como una punzante y durísima cáscara de rencor, rabia, pena, y un montón de otras cosas que seguro se imaginan. En pocas palabras, si mis relojes no estaban en su casa, no estaba seguro de cómo iba a reaccionar. Ya la quería matar. Ahora que lo pienso, un tango podría sonar perfectamente como músicas de fondo y a nadie le extrañaría que borracho quemara su casa con ella dentro.

Llegada la noche me decidí a partir y Molina se ofreció para acompañarme. Llegamos a eso de las diez de la noche. La casa era la misma, la reja era la misma, el jardín era el mismo. Un poco apagado por la estación pero el mismo. Todo estaba tal y cual había quedado antes de la última vez que había estado ahí. Solo una cosa llamo mi atención y era un paraguas negro apoyado a un costado de la puerta de entrada. Temí por un momento encontrarme con algún nuevo dueño de casa sentado cómodamente en el sillón leyendo algún número de alguna revista para dueños de casa. Aun así, no podía echar pie atrás, así que sin mas demora apreté el timbre y espere con la espalda mojada por el sudor helado. Y no fue necesario esperar demasiado, la puerta se abrió y tras ella apareció vestida con un horrible piyama de paño gastado mi ex esposa con unas ojeras enormes y profundas.

Para explicarles los que viene a continuación, se los graficaré de la siguiente forma. Imaginen un reloj, viejo pero funcionando. En un momento muy desafortunado y en las manos equivocadas, este reloj es puesto a funcionar en condiciones que no ayudan en nada a mantenerlo andando. Tras un tiempo el reloj comienza a retrasarse y unos días después se detiene por completo. El dueño intenta darle cuerda, pero no resulta el intento por echarlo a caminar. Por lo visto al reloj no le queda otro destino que algún cajón polvoriento o el tarro de la basura. En resumidas cuentas el abandono total. Así que cuando mi ex esposa decidió abrir la puerta de su casa y me miro con cara de no sorprenderse, comprendí y decidí, que esa no era la manera de hacer andar el reloj.

La calle parecía un buen lugar para andar a esa hora y Molina solo reía entusiasmado.

(continua...)
cuento publicado de manera -casi- semanal

ESTABILIDAD