YO MUERTO (3ª parte)

Día tercero.

Ya iban dos horas que llevaba deambulando por las calles del centro de Talcahuano y todavía no podía aclarar en mi cabeza que es lo que iba a ser de mí durante el resto de mis días, así que deje ese asunto de lado por un momento y me dispuse a encontrar algo que comer. No había comido nada desde la mañana anterior y mi estomago me pedía con angustia que le enviara algo urgentemente. El almuerzo corrió por parte de otro viejo conocido a quien no veía desde hace ya casi ocho años, el cual se alegro mucho de verme y me ofreció además alojarme en su casa junto con su familia, frente a lo que me negué aduciendo la incomodidad que provocaría mi presencia allí, pero la verdad es que prefería por el momento la soledad que me otorgaba la piecita del patio de mi colega. Mas no pude negarme al ofrecimiento de comida y ropa que me daba mi amigo. Este muy amablemente me procuró una muda completa de ropa y la promesa de un plato de comida caliente siempre cuando lo necesitara.

Después de satisfacer plenamente mi apetito, me surgió la idea de hacer una visita a mi antiguo trabajo con el fin de recuperar los relojes que había dejado guardados en los cajones de mi escritorio, lo que me permitiría vender al menos uno de ellos y hacerme de algún dinero para movilizarme mientras tanto. Mi antigua oficina se encuentra frente al parque en Concepción, hasta donde llegue tras conseguirme unas monedas con mi amigo para el pasaje.

Mi sorpresa fue grande cuando entré a ese lugar y encontré a mi colega que me había dado alojamiento, y que al verme no pudo disimular una mueca de nerviosismo que intentó cubrir con una broma respecto de la ropa que me quedaba un tanto ajustada. Confieso que el verlo ahí con su actitud nerviosa y torpe frente a mi, me hizo pensar en lo raro de la situación pero no le di mayor importancia, por ser esta una oficina de contabilidad y mi colega un antiguo conocido del rubro, así que sin más, le pregunte a la secretaria de la oficina si era posible que me pasaran las cosas que había dejado olvidadas allí, pero resultó que todas mis cosas las había sacado mi ex mujer y se las había llevado con ella, quien sabe donde, y lo más terrible de todo es que incluso se había llevado los relojes que tanto quería y apreciaba y no dudaba que de seguro se habría desecho de ellos, vendiéndolos a algún coleccionista de segunda que no sabría apreciar el verdadero valor de esas maravillas. No estoy seguro que es lo que más me molestaba de la situación, si tener que ir a la casa de mi esposa o saber que tal vez jamás volvería a ver esos relojes, por lo que decidí pasarme al Martínez a tomar algunas copitas de tinto, mientras me resolvía a partir hacia su casa. En el camino, por el centro de Concepción, no pude quitarme de la cabeza la imagen de mi ex mujer entregando mis relojes con la satisfacción de haberse desecho de lo último que le quedaba de mí. La idea me ponía los pelos de punta, si al fin y al cabo esos relojes eran lo que me había permitido mantener la concentración en mi vida y mi trabajo.

Al llegar al lugar me acomode en una de las mesas del interior y me dispuse a beber una cañita del vino de la casa, mientras ocupaba mi mirada en un grupo de jóvenes, al parecer estudiantes, ubicados un par de mesas mas al fondo. En esto me encontraba cuando llego a mi mesa un antiguo colega de una vieja oficina de contabilidad del puerto, acompañado de un personaje que llamo de inmediato mi atención. Decía llamarse Facundo Molina y no creo que haya pasado los treinta años. Cuando les digo que el decía llamarse, me refiero a que en realidad me dio la impresión de que ese no era su verdadero nombre, porque algo extraño le sucedió cuando le pregunte por su nombre, y sobre todo porque Facundo Molina era el nombre de mi ex suegro y la coincidencia me parecía demasiada. Pensé que aquel nombre era un nombre que no podía tener alguien de su edad, a menos que el mismo lo hubiese elegido. Así que como ven, todavía no creo que ese haya sido su nombre real, y por lo demás, no me interesó conocer su verdadera identidad, pero si les confieso que el hecho de encontrarme bebiendo con el nombre de mi ex suegro, me pareció a lo menos curioso, pues fue este, el verdadero Facundo Molina, quien provoco el rompimiento de mi matrimonio, incitando el quiebre a través de palabrerías y malas intenciones. Una gran risa me llenó la boca al pensar en esa extraña coincidencia y todavía me da vueltas en la cabeza que aquel hombre que se encontraba sentado frente a mí, esa noche en el Martínez y que llevaba el mismo nombre de mi suegro, habría de desatar en mi espíritu, la enorme voluntad de liberarme de todo el peso de años de tensiones. Pero vamos de a poco.

Estuvimos hasta muy tarde sentados bebiéndonos muchas botellas, mientras yo les contaba de mi paso por la cárcel y lo que me esperaba de ahora en adelante. Por su parte, mi colega solo se limitó a escuchar cada vez más borracho y con cada vez menos atención mis historias mientras Molina nos revelaba su interés por el mundo de las artes y esas cosas. Decía que su intención era ser reconocido a través del tiempo por su trabajo y nos confesó que en ese momento se encontraba trabajando en una obra que tocaba el tema del suicidio. Nos comento que lo más importante de ser un artista, recuerdo que recalcó esa frase con mucha preocupación, era la posibilidad de jugar con la vida de las personas y manejar de las formas más extrañas e inimaginables las consideraciones respecto a tal o cual cosa. Aquello me parece, le causo algo de indignación a mi colega, quien refuto que jamás nunca había entrado a una exposición de pintura ni nada parecido y que no creía que eso fuera algo de mucha importancia. De eso me reí muchísimo y Molina agradeció entre risas también la sinceridad del hombre. En eso estuvimos los tres muchas horas, hasta que nos pidieron que dejáramos el lugar, por lo que decidimos, ya muy borrachos, hacernos de algún otro sitio para seguir bebiendo. Cuando salimos a la calle el frío tensó mis músculos y mi colega se despidió de nosotros arguyendo que debía llegar a su casa, pues su esposa que no lo dejaba y que al otro día unos tramites, por lo que acordamos con Molina dirigirnos a una antigua chichería del otro lado de Manuel Rodríguez. Todavía faltaba noche y a mi no me quedaba un solo peso en los bolsillos, pero mi compañero me insistió que eso no era problema, que algo tenía él para nuestras bebidas. El resto de la noche fue solo un mar de humo, tinto y silencio.

(continua...)
cuento publicado de manera semanal

YO MUERTO (2ª parte)

Día segundo.

Recuerdo que la mañana estaba todavía cubierta de bruma cuando por la ventana de la micro, desaparecía la silueta del Manzano y yo me había decidido hacerle una visita a un viejo conocido del puerto, para ver si era posible pasar unos días en su casa.

Una cosa llamo mi atención en aquel viaje hacia el puerto de Talcahuano, y fue el remodelamiento de la vieja estación de trenes de Concepción, ahora cubierta por unos vidrios espejos y lo peor de todo, la torre con el reloj en la cima, que para mi horror ya no era un reloj, sino que estaba en su lugar una especie de pantallita que anunciaba la hora y la temperatura con números de calculadora. Creo que al ver aquel atentado, la alegría que llevaba en el espíritu tras mi salida de la cárcel, se desvaneció por completo. Como ya les dije, todo lo que me quedaba de valor eran unos viejos relojes que habían sido mi pasatiempo. Coleccionarlos y tratar de repararlos eran para mi, todo una declaración de principios, y siempre que pasaba frente a la estación de trenes y veía aquel viejo reloj parado, solo deseaba poder hacerlo andar, pero aquella mañana, de paso frente a ese reloj-calculadora, confieso que una especie de angustia me tomo por el estomago.

Al llegar, un antiguo conocido me dio acaso la única de las bienvenidas que tendría por esos días. Un horrible olor, mezcla de mierda y pescado, me abrazo tan fuerte que no pude controlar la emoción por encontrarme una vez más frente a tal encanto, así que emprendí una entusiasta marcha hacia la casa de mi colega, esperando recibir igual abrazo de recibimiento y refugiarme de las lluvias anunciadas por aquel olor y las nubes oscuras que tapaban la bahía. Así que como ya dije, me encamine dispuesto a jugármela por un techo, después de todo, había pasado los últimos cinco años peleando por un lugar para poder echar mis huesos por la noche, así que ponerle caras a un antiguo conocido no representaba en lo absoluto un daño a mi orgullo. Además siempre me había caracterizado por mi buen humor en el trabajo, por lo que no dudaba que iba a ser bien recibido en la casa de mi colega. Por lo demás, podía entretenerlo durante horas con todo lo que había visto durante mi estadía en el Manzano, entre los que se encontraba, se los cuento por lo tremendo de la historia, el caso de un viejo reo que ya tenía más de diez años de presidio, por haber reventado a tres carabineros con una especie de bomba casera. El punto es que aquel viejito solía sentarse todas las mañanas en lo que parecía una caja de lustrar zapatos a mirar un pequeño libro que siempre traía consigo, y cuando digo todas las mañana, me refiero a todas las mañana sin excepción alguna. Así pasaba por lo menos dos horas enteras de cada mañana mirando abstraído el libro sin que nada pudiera distraerlo de su rutina, inclusive una vez que a su lado se formo una feroz pelea entre dos carretas como se dice, entre dos celdas distintas. Volaban los palos y los estoques y nada de eso parecía afectar al viejo que seguía con su libro. Un día un gendarme famoso por su personalidad explosiva, se apareció frente al viejo cuando este se encontraba sumido en su extraño mundo, por lo que ni siquiera se inmuto cuando el gendarme le pregunto que era lo que leía. Molesto el gendarme volvió a preguntar y el viejo otra vez no volvió a responder, por lo que el gendarme visiblemente furioso desenfundó su luma y le preguntó otra vez al viejo que era lo que leía y por que no le respondía. Como deben de imaginarse, el viejo no respondió a la furia del gendarme y este rojo de ira, al ver su incapacidad de sacarle una palabra al viejo, dejo caer su luma sobre la blanca cabeza de este para fracturarla en una mortal herida que derribo al viejo de lado sobre su propia sangre. Luego de esto, mandó llevarse el cuerpo y siguió su camino hacia el otro lado del patio. Es extraño, pero distinto a lo que pudieran creer, nadie quiso levantar el libro que había quedado olvidado, nos miramos todos los que presenciamos la escena y solo recuerdo una sensación de miedo y vergüenza. El libro quedo ahí botado y de apoco se fue deshaciendo con la humedad y el paso de los días y ni siquiera algún otro reo fue capas de recogerlo de su olvido. Al parecer, corrió la voz por las calles del Manzano de la brutalidad del gendarme con el viejo y nadie quiso hacerse cargo de lo que podía resolver todas las dudas sobre su extraño comportamiento y su terca desobediencia al gendarme.

Pero volviendo a la historia original, llegué donde mi colega cuando ya se anunciaba la hora de almuerzo y al contrario de lo que pensaba, el recibimiento no fue muy caluroso. De hecho mi colega se mostraba un tanto incomodo con mi presencia, pero la verdad es que no me importaba mucho, solo quería que me alojara unos días mientras lograba aclarar lo que haría con mi futuro, así que le propuse la idea y ante mi insistencia y después de recalcar mi condición de ex preso y de mi falta de recursos, acepto pasarme una piecita que se encontraba en el fondo del patio, sin más adornos que un estropeado catre de bronce y una caja de cartón a manera de velador, pero que les confieso, me ofrecía una verdadera oportunidad de privacidad. Se despidió argumentando un compromiso urgente y se marcho mientras me tiraba cuan largo era en aquel catre cansado igual que yo. En ese momento sentía que mis huesos se fundían con el bronce de su estructura y que mis músculos solo podían sentir el cansancio acumulado durante treinta y cinco años de prisión. Ese día dormí toda la tarde y toda la noche, y creo que ni siquiera un sueño apareció en mi cabeza que me pudiera distraer de mi trance.

(continua...)
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YO MUERTO (1ª parte)

Esta historia dura siete días, al cabo de los cuales, lo único que les quedara será la sensación de haber perdido todo atisbo de tranquilidad en sus espíritus. Por mi parte, no me queda otro camino que referirles la historia de mis últimos siete días de vida, tal y como una condena. Aunque la verdad es que esto parece más una condena para ustedes que para mí. Me voy a matar en cuanto termine de escribir esto.

Día primero.

Me encuentro sentado sobre una un tarro de pintura vacío pensando en lo que me espera al otro día, al final de los cinco años de cárcel que me dieron esos fiscales por matar al tipo de la farmacia. La verdad es que no me encontraba tranquilo pensando en todo lo que me esperaba una vez que saliera de ese lugar, sobre todo viendo la difícil situación en que me ponía el ser ya un viejo que solo sabia sumar y restar largas listas de facturas y cuentas. Se me había olvidado contarles que ya estoy sobre los cincuenta y dos, y que solo había trabajado de contador desde que salí del liceo comercial en Talcahuano, así que supongo comprenderán mi estado de preocupación en que me encontraba cuando estaba sobre ese tarro-banca en mi jaula. De algo tenía que vivir, y parecía imposible que alguna oficina me contratara de empleado con mi historial, y ni pensar en poner mi propia oficina de contabilidad. Los recursos con los que contaba no eran más que un par de relojes antiguos que había coleccionado durante los años que me pase tras mi escritorio, y justo antes de caer a la cárcel, me encontraba tapado en deudas que ya no podía pagar. No quiero aburrirlos con esto, pero aquí es donde mi historia se separa de cualquier otra historia conocida. Lo de las deudas y del robo a la farmacia y lo del empleado resistiendo y lo del balazo en el estomago no parece nada nuevo. Cuando estuve preso escuché muchos cuentos parecidos, y no dudo que en todas las cárceles del mundo deben haber otros miles igual, así que solo eso diré del asunto, pero sobre lo que pensaba ese día les contaré que veía un negro futuro. Jamás me habría imaginado hacia donde llegaría. La libertad parece en este caso cualquier cosa menos eso, y es claro que para llegar a ser lo que soy en este momento, debería haberme dado cuenta de eso. Siento que justo el día final, comencé a pensar en lo preso que estaba.

Horas más tarde, recostado sobre lo que parecía mi colchón, no pude evitar llegar hasta la casa de mi esposa, y me di cuanta que apenas pusiera un pie dentro del jardín de su casa, me vería en la obligación de sacarlo de ahí. Nunca dude que el día que supiera de la detención dejaría de hablarme, y no me equivoque sobre ello. Ya serían más de diez años separados y las conversaciones que teníamos solo se sostenían por las cuentas que crecían cada mes, así que después de todo, la posibilidad de llegar y recibir un gran abrazo de bienvenida estaban de cuajo cortadas. Mi ex mujer siempre creyó que el peor negocio de su vida había sido firmar el contrato conyugal conmigo, y no dudaba en recordármelo cada ves que podía, así que no le daría el gusto de refregarme su frustración en la cara, y menos después de haber pasado los últimos cinco años de mi vida encerrado dentro de una especie de basurero hediondo hecho para agujerear cualquier intento de resistencia moral y los treinta anteriores detrás de un mesón lleno de facturas. Creo ahora, que la noche aquella, en lo más profundo de mi persona, comenzaba a dibujarse lo que sería la completa venganza sobre mis culpas. Creo ahora, que jamás en mi vida, había deseado tanto matar a alguien como esa noche, pero de aquello no estaría seguro hasta encontrármela un par de días mas tarde.

(continua...)
cuento publicado de manera semanal